La última frase ¿Qué diremos?
La última frase ¿Qué diremos?
El Jicote. Por: Edmundo González Llaca
El Presidente tiene una forma de gobernar, perdón, mal empiezo el texto, tiene una forma de manipular desde la presidencia, que es estrambótica y perversa. La secuencia es la siguiente: dice un absurdo, la opinión pública se echa andar, al día siguiente, lejos de corregir o, al menos debatir las críticas, sostiene otro despropósito y después otro y otro, cada vez más irracionales. frase, frase, frase, frase, frase
Esta espiral de tonterías, salpicadas de pleitos callejeros que organiza. tienen, entre otros resultados, que la sociedad esté en la orilla de la butaca, tensa y distraída en asuntos que la mayoría no son los verdaderamente importantes. Pero en algo peor, todos giramos en alrededor de su megalomanía política y sus despechos. En este tobogán nos olvidamos de otros temas, en mi caso, inmerso en el lodazal gubernamental, paso sin reparar mis supuestas sesudas reflexiones sobre mi vida personal.
No puedo aceptar que el macro cosmos eclipse mi cotidiano microcosmos. Ayer fue Drácula, hoy quiero abordar lo que Miguel de Unamuno llamó: “El sentimiento trágico de la vida”, en otras palabras, quiero escribir sobre lo más personal que nos depara la vida: la muerte. No estoy de acuerdo con eso de que, por el mínimo detalle de ser humanos, nuestro futuro sea desaparecer. Dios, el Creador, como quiera que se llame, tuvo la poco democrática decisión de no instalar “Procuraduría del Consumidor”.
Como no hay ni donde ni con quien quejarse, no me queda otra, que reaccionar algo que heredé de mi abuelo Constantino Llaca: burlarme de mi drama, en una reacción juguetona, que simplemente no resisto. Procedo a tratar de reírme, pero como el arranque ya de mi neuronas es cada vez más lento, empiezo por recordar a Woody Allen: “La muerte es como dormir, con la única diferencia, que no nos paramos para ir al baño”.
Hay momentos en que nuestra existencia lo único que nos depara es la posibilidad de decir una frase y debemos estar preparados para ese trance retórico. No sólo porque los mexicanos abrimos las columnas doradas de la historia, más a las frases que a los hechos heroicos, como porque se supone que cuando el alma flota entre la vida y la muerte se nos revela la suma de nuestro ciclo terrenal y un rayo de sensatez nos ilumina para sintetizar en un juicio nuestro paso por la tierra, enseñanzas, o ya de perdida, para enviar un último mensaje a la «afición mexicana».
Ahora bien, es necesario estar conscientes que la agonía es depresiva y corremos el peligro de caer en radicalismos verbales de solemnidad. Así podemos morirnos diciendo: «No creo en las encuestas de Morena ni en las simpatías abrumadoras y la Sheinbaum, que tiene menos sabor que la dieta de un hospital.
Es una mala copia de los tapados presidenciales priístas, no le salen bien ni los acarreos». O en sentido contrario, con las prisas de la agonía, podemos decir algo demasiado ordinario y cotidiano: «Estos piquetitos que siento por todo el cuerpo ¿Es la muerte? ¿O alguien ha estado comiendo campechanas en mi cama?
Deseoso de que todos mis lectores pasen a la historia, presento algunas alternativas de palabras finales para que cada quien vaya pensando las suyas. Thomas Hobbes: «Estoy a punto de emprender mi último viaje; voy a dar el gran salto en la oscuridad». Rabelais, en un acceso de tos en el que expiró: «Me voy en busca del gran quizás, bajad el telón, se acabó la comedia». Goethe: “¡Luz! ¡Luz! ¡Más luz”! Kant: «Es bueno». Aunque su opinión no es muy autorizada por lo aburridísimo de su vida.
Hegel, al ver al lado de su lecho de muerte a uno de sus discípulos, lo señaló y dijo: «Este es el único hombre que me ha entendido». Esperó un rato y agregó: «Pero no me ha entendido bien». En realidad, ésta es una calumnia de algunos filósofos al complicadísimo Hegel, que no habló sino que escribió sus últimas palabras, y estas fueron: «Silencio desapasionado del conocimiento que sólo piensa».
Aprovechemos estos días de muertos, que algún día seremos, y en términos de frases y no de copas, digamos como si estuviéramos en una mesa con un grupo de amigos: “La última, pues ya vino la cuenta y mejor me voy”.
El Jicote, por Edmundo González Llaca.
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