Experimentos de desnutrición con niños indígenas en Canadá
Los hallazgos de miles de cadáveres de niños indígenas demuestran que los menores se utilizaron como ‘ratas de laboratorio’ con el aval de instituciones educativas católicas.
Mientras una ola de calor abrasadora azota Norteamérica, en Canadá se están descubriendo oleadas de muerte genocida venidas del siglo pasado. Ya se ha superado el millar de cadáveres de niños indígenas encontrados debajo de antiguas instituciones académicas religiosas, recubiertos de un velo lúgubre de anonimato.
Desnutridos y apilados en fosas comunes, los restos de los menores han sido encontrados en Kamloops, Brandon y Cowessess, mientras las naciones originarias del norte marchan exigiendo justicia.
Políticas genocidas
Con los descubrimientos recientes de los cadáveres de niños indígenas, apenas se alcanza a apreciar la devastación que llevaron a cabo los colonos durante siglos en Canadá. Restringidos a la educación católica de estas instituciones de reservas, se les prohibió llevar a cabo sus prácticas culturales y expresarse en sus lenguas madres. Más aún, los ‘alumnos’ se vieron forzados a cumplir con dietas que los llevaron a morir por desnutrición.
Kamloops, Brandon y Cowessess han sido los lugares en los que se hallaron los cadáveres en fosas comunes. En algunos casos, además de anémicos, los cuerpos de niñas embarazadas fueron hallados debajo de las antiguas escuelas residenciales. Ahora en desuso, estos espacios se han denunciado como cementerios anónimos para personas que fueron utilizadas para experimentos encubiertos —sin haber siquiera alcanzado la mayoría de edad.
Según Ian Mosby, historiador de la alimentación, la salud indígena y la política del colonialismo en Canadá, entre 1942 y 1952 un grupo de científicos aplicó estudios sobre 1,300 pobladores originarios. De ellos, sólo 300 eran adultos. Los demás, se extendieron en 6 instituciones escolares dedicadas a las etnias locales. Protegidas por el Estado y la Iglesia, estas políticas genocidas pasaron desapercibidas por décadas. Hasta ahora.
Un plan de alimentación nacional
Allison Daniel, candidata a doctora en Nutrición por la Universidad de Toronto, asegura que los niños indígenas en Canadá fueron sujetos a dietas experimentales “como ratas de laboratorio”. En lugar de utilizar especies de roedores, los científicos optaron por hacer uso de cuerpos humanos bajo el aval de instituciones educativas católicas, según su artículo para The Conversation:
“Otros experimentos consistieron en no darles vitaminas y minerales esenciales a los niños de los grupos de control, mientras evitaban que los Servicios de Salud para Indígenas les brindaran atención dental con el pretexto de que esto podría afectar los resultados del estudio”, escribe la experta.
Daniel denuncia que los niños indígenas parecieron como los candidatos perfectos para estas dietas alternativas, que les fueron impuestas sin demasiados miramientos. Cualquier escrúpulo ético vino a ser un asunto de importancia mínima, ya que los experimentos estaban pensados para que los pobladores originarios fueran más activos —y por tanto, más rentables—, para Canadá.
Como si se tratara de máquinas a las cuales darles mantenimiento, los menores de edad fueron sometidos a alimentaciones que no podían ser aplicadas a los blancos, ricos y privilegiados en el país. El plan fue presentado con éxito ante el gobierno en la década de los 50, que aceptó su aplicación a nivel nacional.
Los patios escolares no son cementerios para niños indígenas
Hoy, a más de 50 años de las pérdidas trágicas de los niños indígenas, apenas estamos viendo la punta del iceberg. A raíz del descubrimiento de los cadáveres, las naciones originarias han salido a las calles de Canadá a manifestar su dolor y luto compartido. Las expresiones en contra de los símbolos genocidas han ido desde decapitaciones de estatuas hasta quema de iglesias.
Ni siquiera las restricciones de aislamiento por la pandemia de COVID-19 han logrado contener las llamaradas furiosas de los manifestantes. En silencio o a gritos, los representantes de las naciones originarias han salido a exigir justicia por estos crímenes de una política genocida, silente por décadas.
Ninguna de estas acciones simbólicas han traído de vuelta las vidas de las víctimas de esta violencia institucional. A pesar de ello, las pancartas que cargan los dolientes rezan premisas como “Los patios escolares no son cementerios“, o “Cada niño importa“. Parece ser que aquella barda helada de ignorancia finalmente está por derrumbarse.
Con información e imágenes de Muy Interesante.