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Querétaro: entre santos y estrategias

Querétaro: entre santos y estrategias

El poder detrás del relato (EDR)

Por: Scribo Ut Gnoseam

El cierre de octubre y el arranque de noviembre dejaron una sensación curiosa en el ambiente político queretano: un territorio que, mientras honra a sus muertos con flores y velas, también acomoda a sus vivos en el tablero del poder.

Entre las calaveras impresas en papel de china y las encuestas que circulan como profecías, el relato del “orden” siguió su curso, pero con matices nuevos: tensión, cansancio y un dejo de desconfianza hacia los viejos equilibrios.

En el corazón del debate, el Centro Histórico volvió a ser el escenario simbólico del Querétaro que presume limpieza y civilidad, pero que no logra resolver su conflicto más antiguo: el espacio.

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Las vallas del andador 5 de Mayo no solo separaron comerciantes y policías; delimitaron dos visiones de ciudad. De un lado, la institucionalidad que defiende la estética urbana y el derecho al orden. Del otro, la economía informal que sobrevive a fuerza de voz y resistencia.

El alcalde Felifer Macías se mostró firme —»las plazas públicas no pueden ser tomadas al antojo de nadie»— y los columnistas respaldaron el mensaje con un guiño de reconocimiento.

Pero en los márgenes del discurso, asomó una pregunta más compleja: ¿hasta dónde puede sostenerse la imagen del orden sin fracturar la idea de comunidad?

El constructivismo discursivo ayuda a leer esa tensión: la narrativa del orden se convierte en un bien político en sí mismo, una marca de identidad que legitima decisiones impopulares.

“Querétaro es distinto” —repiten las voces institucionales—, y el eco se multiplica en medios que asumen el papel de custodios de esa excepcionalidad

La limpieza, la disciplina, la civilidad se presentan como virtudes morales, no como políticas públicas sujetas a crítica. Y así, el relato del espacio público termina por reflejar un ideal de ciudadanía: obediente, ordenada, predecible.

Mientras tanto, en el plano partidista, el PAN consolidó la idea de continuidad. La visita de Jorge Romero, líder nacional, sirvió para revivir la narrativa del “oasis azul”. En un país que se agita entre pleitos y rupturas, Querétaro aparece en las columnas como el ejemplo de estabilidad.

Pero tras el aplauso, se asoma la advertencia: la unidad panista no es un hecho, sino una puesta en escena que requiere ensayo constante. Las menciones a los “cinco fantásticos” —Felifer, Dorantes, Del Prete, Chepe y Nava— no ocultan la realidad de los egos ni el desgaste natural del poder. Las reformas estatutarias y los llamados a “democratizar” el partido funcionan más como gesto retórico que como cambio estructural.

Desde el neoinstitucionalismo, este proceso muestra algo más profundo: el PAN queretano no solo defiende su hegemonía; defiende las reglas que la sostienen. La estabilidad se convierte en un valor de sistema, una forma de preservar la autoridad mediante procedimientos previsibles. Pero toda regla necesita legitimidad renovada, y la oposición —en su dispersión— le hace el favor de no ofrecer alternativa clara.

Las columnas morenistas, incluso, parecen debatirse entre el enojo y la resignación, repitiendo el diagnóstico de Luisa María Alcalde: “Querétaro no se gana”.

Esa frase —convertida ya en cliché de sobremesa— revela una grieta discursiva dentro de Morena.

El reconocimiento anticipado de derrota, aunque se disfrace de prudencia estratégica, opera como dispositivo desmovilizador. Lo que para unos fue sinceridad política, para otros sonó a traición. Y en la lógica de la gobernanza en redes, esa fractura tiene consecuencias: los liderazgos locales pierden margen, las alianzas se dispersan, y el partido se vuelve rehén de su propia centralización.

En paralelo, la discusión pública se desplazó hacia temas de moral y valores. El debate legislativo sobre el aborto encendió pasiones y recordó que Querétaro es también un territorio donde las convicciones religiosas y las estructuras partidistas aún se entrelazan.

Las columnas que celebraron el “sí a la vida” desde la trinchera conservadora lo hicieron con un tono de cruzada cultural; mientras otras, más progresistas, señalaron la falta de mujeres en la comisión que discutía el tema.

El resultado, más allá del dictamen, fue un espejo del clima político actual: polarización sin diálogo, principios convertidos en banderas y una clase política que parece preferir el ruido moral al debate técnico.

Y en medio de todo, los muertos volvieron a llenar las calles.

Los altares, los desfiles y los festivales sirvieron como respiro emocional y como escenario de legitimidad simbólica: el gobierno que organiza fiestas tranquilas, con saldo blanco, se legitima en la narrativa de la paz. Esa es, quizá, la más eficaz estrategia de gobernanza: la gestión del ánimo colectivo.

Mientras el país se enciende en noticias trágicas, lamentables, reprobables, como lo ocurrido en Uruapan con el asesinato del presidente municipal, Carlos Manzo, Querétaro se cuenta a sí mismo como excepción luminosa.

Sin embargo, entre las flores de cempasúchil y las luces del panteón, una sombra se cuela en las columnas críticas: subrayan el uso desmedido del gasto en publicidad oficial.

En la lógica institucional, la comunicación sirve al gobierno; pero en la lógica discursiva, el gasto en comunicación es el gobierno. La narrativa no se limita a los hechos: los produce.

La semana cerró con esa dualidad queretana: santos y estrategias.

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Por un lado, el discurso del orden, el civismo, la disciplina.

Por el otro, las grietas que asoman entre la retórica y la realidad.

La política queretana sigue funcionando como un espejo: cada columna, cada editorial, cada verso de calaverita revela no tanto lo que ocurre, sino cómo se quiere que se vea.

Y en esa disputa por el relato —donde unos celebran la paz y otros denuncian el gasto—, Querétaro reafirma su peculiar talento para convertir la política en ceremonia.

Porque aquí, incluso la crítica se escribe con pulcritud.

Y el poder, mientras tanto, sigue detrás del relato.

 

 

 

 

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Scribo Ut Gnoseam

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