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A 70 años de la tragedia de Le Mans

La tragedia de Le Mans cumple 70 años: choque en la pista, fuego en la tribuna, 83 muertos y el volantazo que le salvó la vida a Fangio

Ocurrió el 11 de junio de 1955 y sigue siendo la peor catástrofe de la historia del automovilismo deportivo. Un espectacular accidente en el circuito hizo volar las piezas en llamas de un auto sobre la tribuna, donde quemaron o aplastaron a decenas de espectadores desesperados. El piloto que no dejó de correr y ganó la competencia y la milagrosa maniobra con la que “El Chueco” evitó la muerte

“Yo me aferro al volante y espero el golpe que no sé por qué no llega. Mi Mercedes pasa por un pelo acariciando el Austin que, atravesado, raja con su chapa el asfalto de la pista. Detrás de mí, dejo el infierno… Es fácil morir sin darse cuenta: entre la vida y la muerte no hay nada…”, dijo el campeón del mundo, Juan Manuel Fangio, la tarde del sábado 11 de junio de 1955.

Todavía conmocionado, “El Chueco” no se explicaba cómo estaba vivo después del desastre que apenas un rato antes había sembrado la muerte en el circuito francés de Le Mans. Ese día la realidad superó largamente a cualquier escena de ficción de cine catástrofe: luego de un choque, los restos en llamas de un auto volaron hacia una tribuna colmada y cayeron sobre el público con un saldo de 83 muertos —el piloto francés Pierre Levegh y 82 espectadores— y 120 heridos en la mayor catástrofe de la historia del automovilismo deportivo.

70 años

Con el mismo vértigo que el de los autos disparados a la más alta velocidad, todo ocurrió en apenas un par de segundos. “Una franja de trescientos metros cuadrados de espectadores animando a los pilotos se convirtió de pronto en una masa de histérico y negro horror”, describió con crudeza el cronista de la revista Time que cubría el desarrollo de Las 24 horas de Le Mans, por entonces la competencia automovilística más famosa del mundo.

El accidente en la pista había sido apenas el disparador de una tragedia magnificada por las pobres condiciones de seguridad del circuito. Desde su primera edición, en 1923, la carrera de Le Mans era el acontecimiento más importante del año automovilístico, capaz de atraer a centenares de miles de espectadores, pero además del espectáculo de los bólidos sobre la pista ofrecía riesgos para el público que nadie había tenido en cuenta.

La de la Sarthe era por entonces una pista no permanente que utilizaba caminos locales que permanecían abiertos al tráfico el resto del año y las tribunas se montaban y desmontaban en cada ocasión, sin mayores medidas de contención para los autos en casos de sufrir un despiste. Se trataba, además, de una competencia agotadora: el vencedor era —y todavía es— aquel vehículo que cubra la mayor distancia en 24 horas de carrera continuada. En la década de los ’50 se permitían dos pilotos que se turnaban en cada auto, pero en algunos casos corría uno solo durante las 24 horas.

La carrera de ese sábado de junio de 1955 tenía un número récord de público: 250.000 espectadores se habían citado para ver la lucha que se preveía como encarnizada entre dos escuderías, Jaguar y Mercedes Benz, la escudería en la que corría el argentino Fangio. Todo transcurría con normalidad hasta las seis y media de la tarde (hora local), cuando se produjo la tragedia.

Un choque espectacular

Habían transcurrido poco menos de tres horas de carrera y el Mercedes-Benz 300 SLR conducido por Juan Manuel Fangio, que formaba equipo con Stirling Moss, peleaba la punta con el Jaguar al mando del británico Mike Hawthorn, cuyo compañero de dupla era Ivor Bueb. A esa altura, los dos autos habían logrado sacarle una vuelta de ventaja a casi todos sus rivales.

Con la conducción temeraria que lo caracterizaba —muchas veces criticada por sus oponentes— y enfrascado en su lucha con Fangio, Hawthorn quiso aumentar la leve ventaja que le llevaba al piloto argentino y superó al Austin Healey conducido por Lance Macklin, que había quedado una vuelta atrás, a la entrada de la línea derecha de las tribunas. Lo adelantó sin problemas pero, de repente, decidió entrar a los boxes y frenó de manera brusca.

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Para no llevárselo por delante, el sorprendido Macklin tiró un rápido volantazo hacia la izquierda sin darse cuenta de que, en ese sector, por detrás, venían dos Mercedes lanzados a toda velocidad. Al volante del primero iba el francés Pierre Levegh —también con una vuelta menos que los punteros— y apenas más atrás estaba Fangio.

Todo sucedió en décimas de segundo. Al ver que se le cruzaba el Austin de Macklin, Levegh solo atinó a levantar una mano para advertirle a Fangio del peligro, pero el tiempo no le alcanzó para evitar el choque contra el Austin. Lanzado a 240 kilómetros por hora, tras impactar contra el auto de Macklin, el Mercedes de Levegh se elevó literalmente por el aire, subió encima de una tarima y, al golpear contra una pared, explotó y se deshizo en pedazos llameantes que volaron hacia la tribuna repleta de espectadores.

Al ver la desesperada seña de Pierre Levegh, “El Chueco” sí alcanzó a dar un volantazo y así pudo esquivar a los vehículos. Fue una reacción a puro reflejo que lo salvó de una muerte casi segura.

70 años

Infierno en las gradas

El auto de Levegh —cuyo cadáver salió despedido del vehículo y quedó tendido en la pista— se desintegró, y sus pedazos prendidos fuego volaron a toda velocidad sobre la tribuna donde causaron 82 muertes, muchas de ellas por decapitación y otras por aplastamiento. Contribuyó al incendio de muchas de las partes del auto el hecho de que estaban fabricadas con una aleación de magnesio que, además, dificultó las tareas de extinción porque sobre ellas el agua actuó como potenciador del fuego.

Los testimonios multiplicaban las escenas de terror. “Estaba pisando sobre cadáveres, estaban por todas partes. No fui capaz de hablar durante tres horas. Vi a mi amigo, que estaba en la tribuna justo a mi lado, decapitado por una pieza del auto, con los prismáticos todavía alrededor del cuello”, contó Jacques Grelley, un espectador que no perdió la vida por milagro.

“No entendía lo que estaba pasando. Veía caer fuego hacia nosotros y la gente gritaba. Vi caer una bola de fuego que aplastó a varias personas y otras quedaron en llamas, con las ropas prendidas. No sé todavía por qué estoy vivo”, trató de explicar Jacques Renaud, horas después, a un cronista de Le Figaro.

Además, ocurrió algo insólito. A pesar del accidente y las decenas de muertes ocurridas en la tribuna sobre la cual cayeron los restos del Mercedes de Levegh, los organizadores de la prueba no suspendieron la carrera, que continuó mientras las ambulancias iban y venían recogiendo heridos y cadáveres. Más tarde explicaron que decidieron no suspenderla para que el resto del público —que en otras áreas del circuito ni siquiera sabía lo que había ocurrido— no invadiera las vías de emergencia y obstaculizara el paso de las ambulancias al retirarse del circuito o querer curiosear en el área de la tragedia.

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La solidaridad de Fangio

Frente a la polémica decisión de los organizadores, no todos los pilotos siguieron corriendo. Uno de los que detuvo su auto en los boxes para no volver a la pista fue Fangio, que apenas después del accidente había logrado pasar a la punta. En cambio, Hawthorn, que por entonces marchaba en segundo lugar, siguió corriendo con su Jaguar y luego le pasó la posta a su compañero Bueb. Favorecidos por el abandono del “Chueco”, al cumplirse las 24 horas de carrera resultaron ganadores.

Hawthorn tuvo además una actitud que causó un repudio generalizado al celebrar la victoria descorchando una botella de champagne en el podio. Para entonces, la prensa especializada lo señalaba como responsable del accidente que le había costado la vida Levegh y de la tragedia en la tribuna. El piloto inglés se defendió como pudo, aunque sus palabras fueron poco convincentes. “A mi juicio, dejé tiempo suficiente a cualquier coche que fuera detrás de mí para darse cuenta de lo que iba a hacer”, dijo.

Uno de los pocos pilotos que lo defendió fue su rival —y compañero de Levegh—, Juan Manuel Fangio. “El Chueco” dijo públicamente que, desde su punto de vista, lo hecho por Hawthorn estuvo bien, porque se tiró a la derecha en busca de boxes cuando ya había iniciado la maniobra —que incluía el descenso de la velocidad— unos 300 metros antes de retirarse de la pista. Ese mismo año, Fangio ganó el tercero de sus cinco campeonatos de Fórmula Uno piloteando “La Flecha de Plata”, el auto que Mercedes Benz había fabricado especialmente para él. Después de la catástrofe del 11 de junio de 1955, nunca volvió a participar en “Las 24 horas de Le Mans”.

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