Columnas

Bob Dylan en la Catedral de San Cristóbal

Bob Dylan en la Catedral de San Cristóbal

El Llano en llamas, por: Sergio Romero Serrano

 

Camino esta mañana fresca y limpia de la plaza central. San Cristóbal de las Casas es para caminar. Respiro y siento los pulmones expandirse con regocijo, como si fuera la primera vez.

El sol tibio salpica de colores intensos las flores de hilo que estallan ante mis ojos. Los bordados parecen niños que se regocijan de estar vivos, bajo un cielo diáfano y rectangular. Son tal vez las nueve de la mañana y me siento reconciliado conmigo y con todos. Saco un cigarrillo y lo enciendo. ¿Quieres conocerla? le pregunto.

Ella me mira con una dulzura casi infantil y asiente con la cabeza. Sé que les gustan las iglesias y que ahí encuentra paz y tranquilidad. Yo, solo arquitectura, escultura, pintura. Estáticas, pétreas, por su puesto. Algunas intensísimas. Me asombra comprender cuánto trabajo involucrado hay en ellas, en todo. Los esfuerzos de cientos de hombres. El tiempo comprometido. Los dineros. Casi Dylan, Dylan, Dylan, Dylan

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huelo el sudor y las lágrimas de esos constructores. Y luego, las esperanzas y las angustias en los rezos. El dolor y la desesperación de los pecadores, los perseguidos y los enfermos, flotando en la magnificencia de las bóvedas. Nos dirigimos a la catedral y el murmullo musical se escucha -primero endeble- y conforme avanzamos, un canto empieza poco a poco a definirse entre el taconeo de nuestros pasos.

De pronto se convertirse en algo tangible y monumental. Me detengo un momento y volteo a verla con un gesto de extrañeza – ¿Es Bob Dylan lo que escucho? -Si, responde ella, “La Respuesta está en el Viento”. No se lo digo, pero lo pienso: ¿En la iglesia? ¿Qué hace Bob Dylan en la iglesia?

Dylan

Presurosos ingresamos y una imagen nos golpea el rostro: un altar magníficamente iluminado, en una explosión de flores blancas, y un coro de jóvenes mujeres indígenas con una marimba, cantando en su idioma, tzotzil o tzental. Una pareja en su boda. Y al centro del altar, un sacerdote de frente a los feligreses. Permanece unos segundos, los suficientes para quedársenos grabado: su casulla blanca con una cruz roja bordada al centro, abiertos los brazos, el pelo rizado y largo, y barba.

Contengo una pudorosa exclamación ¡Es Cristo! Está oficiando el mismísimo Cristo.

 

 

 

 

Sergio Romero

 

El llano en llamas, por Sergio Romero Serrano.

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