Un Mi Abuelo
Un Mi Abuelo
El Llano en llamas, por: Sergio Romero Serrano
El abuelo siempre había sido una figura enigmática: siempre colgado en su retrato, en la sala de la casa, petrificado, enfundado en su antiguo traje, con esos rasgos adustos, mirando a la cámara como tratando de descifrar que hay allá en el fondo del aparato, en ese túnel oscuro que conecta quién sabe a dónde y que yo lo observo desde abajo -con mis cinco años- preguntándome quién es ese señor y él preguntándose –seguramente- quién es ese niño que lo observa atónito e incrédulo.
Mi madre se acerca y me dice que es mi abuelo Manuel. Entiendo que se llama igual que mi padre y cuando le pregunto a él sobre el abuelo, se queda callado, desvía la mirada y se pone serio. Y si vuelvo a preguntar solo me dice que ya murió hace tiempo y que no pregunte más.
Entonces los hermanos me cuchichean al oído que no insista porque papá se enoja mucho porque el abuelo se murió loco, muy lejos de casa, en un hospital de Cholula y eso parece que le da vergüenza y le molesta… Y yo me pregunto que por qué vergüenza, si a lo mejor todos estamos locos, bueno un poco, como yo, que de pronto sueño que encuentro mucho dinero y que me lo llevo a la casa, y le digo a mamá que ya no se preocupe, que ya no tendremos problemas. Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo, Mi Abuelo
Y despierto y me siento triste porque no fue cierto y me digo, que por qué no mejor vivimos en los sueños y ahí nos quedamos para siempre… porque ahí todo pasa si uno realmente lo desea, como cuando se me antojan los dulces y esa noche sueño con caramelos y chocolates y galletas y pasteles y me los como todos y no me duele panza….
Y pienso que si el abuelo enloqueció fue porque seguramente él quería eso, ¿no? A lo mejor no le gustaba lo que estaba viviendo y soñó en algo mejor y ahí se quedó viviendo su sueño; y sus hijos le hablaban y la abuela le hablaba, pero él ya no podía contestar porque estaba soñando aunque caminaba y los veía a todos y les hablaba pero nadie lo podía entender, porque la gente decía que el abuelo hablaba cosas raras, cosas que nadie veía y que luego ya no reconocía a nadie; y la gente se espantó mucho.
Pero yo creo que el abuelo fue de pronto así, porque él solo soñaba y soñaba lo que quería ser…
Luego crecí y los hermanos seguían cuchichándome historias del abuelo al oído, y yo ya entendía que la historia del abuelo era de esas historias que solo se contaban así: en voz baja, al oído, para que nadie se enterara. Porque eran como secretas, aunque todos las sabían, pero se hablaban así para no invocarlas y que se instalaran nuevamente en nuestra casa y en nuestros corazones. Y de esas historias había muchas, como la de la abuela,
Paz, Pacesita, como le decían la gente que la saludaba, aunque la señalaran como la causante de la locura de su marido, porque le había dado un berbaje para liberarse de él y poder ver a su amante.
O esa otra, de que mamá había quedado embarazada a los dieciséis años y debió casarse con papá para evitar el escándalo en la familia. O la de las tías, hermanas de papá, que a todas las había corrido de Querétaro, porque eran de “cascos muy ligeros” y le daba mucha vergüenza tener una familia así.
O la del único hermano, Arturo, que había salido también muy “calavera” de joven y que aparte de ser policía, regenteaba damas que le mantenían sus vicios y que papá se las corría, para finalmente terminar en yéndose a Matamoros, en la frontera, junto con las hermanas… y yo siempre me preguntaba por qué las tías y el tío se fueron hasta allá y mis hermanos me cuchicheaban que porque era frontera con los Estados Unidos… y yo me seguía preguntando y eso qué…. Y mis hermanos se reían y me decían que era muy ingenuo y tonto.
Y seguí creciendo y las historias seguían llegando pero ahora ya no solo de mis hermanos, sino de los amigos y de otros parientes lejanos, que hablaban de cosas y más cosas… y de pronto descubrí que la casa estaba llena de historias que pululaban en todos sus rincones, que los hermanos también tenías sus propias historias, que los vecinos y todas las personas con las que tenía contacto.
Que la ciudad estaba llena completamente de historias… que el mundo estaba hecho de historias, muchas de ellas así, las que se hablaban quedito, al oído, casi en silencio, como en secreto, para que nadie se enterara y que son las más interesantes, y que todos las queríamos saber y todos queríamos que todos supieran.
Y estas historias son las que se contaban en los retretes, en los rincones oscuros, atrás de los sillones de la sala, debajo de las camas, en el cuarto de los tiliches, en las azoteas, en la cama cuando todos se habían dormido, en la oscuridad del pecado y la complicidad.
El abuelo era de esas historias y estaba condenado a estar ahí, en su retrato oscuro, deslavado por el tiempo, en silencio, mirándome fija e inquisitoriamente, y que para sacarlo de ahí, yo tenía que saber quién era él y en qué sueño se perdió….
El llano en llamas, por Sergio Romero Serrano.
Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión del Portal que lo replica y pueden o no, coincidir con las de los miembros del equipo de trabajo de El Municipal Querétaro., quienes compartimos la libertad de expresión y la diversidad de opiniones compartiendo líneas de expertos.