Cultura

Abreu desafía a la REA con ‘Panza de Burro’

La historia gira alrrededor de la amistad entre las dos niñas protagonistas.

España.- Panza de Burro (Barrett, 2020) es una rareza, en el mejor sentido de la palabra. Es la primera novela de la periodista y escritora Andrea Abreu (Tenerife, 1995), que hasta el momento había publicado el poemario Mujer sin párpados (Versátiles, 2017), el fanzine Primavera que sangra (2017, reeditado en 2020 por Demipage) y algunos textos literarios en antologías.

Como narradora, en 2019 ganó el accésit del XXXI Premio Ana María Matute de narrativa de mujeres con su relato «Los movimientos de las plantas». Panza de Burro ha sido editada dentro de la colección «Editor/a por un libro» de la editorial Barrett, y en este caso ha sido la también periodista y escritora Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) la encargada de editar la novela de Abreu.

Aunque Urraca nació en el País Vasco, comparte con la autora de esta obra una infancia pasada en las islas Canarias, el espacio en el que se desarrolla la historia.

Y es que en Panza de Burro lo canario es fundamental, lo que hace que los peninsulares, incluso los que estamos algo más familiarizados con las islas, lo observemos todo con los ojos bien abiertos para no perder detalle.

La Panza de Burro, esas nubes bajas y grises que se ponen sobre el pequeño pueblo del norte de Tenerife en el que se desarrolla esta novela, generan una atmósfera característica, casi como una burbuja, un lugar ajeno al resto del mundo.

En esta obra lo canario lo empapa todo: no solo el espacio o las conversaciones de los personajes, sino la propia narración. Pero Abreu no se limita a utilizar el vocabulario o las construcciones sintácticas propias de las islas, va más allá e introduce parte de la fonética canaria en la novela.

Era el día de Candelaria y hacía mucha calima. El cielo era todo nubes y tierra. Yo a veces pensaba que nosotros éramos los culpables de toda esa tierra flotando en el aire: la capa de nubes negras que taponaba el cielo no dejaba salir nuestras respiraciones y el aire se iba volviendo pesado hasta que empezábamos a ahogarnos (p. 119).

La historia de Panza de Burro es aparentemente sencilla; no tiene una trama compleja, si bien es cierto que tiene algunos giros inesperados. Su complejidad reside en el lenguaje y, sobre todo, en las relaciones entre personajes.

La amistad entre las dos niñas protagonistas es clave. Tenemos, por un lado, a la narradora, de la que no sabemos el nombre (la llaman shit cuando se refieren a ella), y, por otro, a Isora, su mejor amiga, a la que tiene completamente idealizada.

Ambas pasan juntas un verano de principios de los 2000 en el que comienzan a dejar atrás la niñez y se adentran en algunos aspectos propios de la adolescencia, sobre todo Isora.

El punto fuerte de la novela, aparte de su singularidad formal y de la riqueza de su léxico, son sus personajes. Es una obra valiente y libre en todos los sentidos, desde ese traslado de la oralidad a la escritura hasta la falta absoluta de pudor desde la que se abarcan algunos temas, pasando por la manera de ser y de actuar de las protagonistas.

Desde chiquitas nos gustaba estregarnos. En verano, como había poquitas cosas que hacer, nos estregábamos todavía más, más veces, más a menudo. Usábamos las trabas de la ropa pa frotarnos por encima del chándal recortado por los muslos que llevábamos puesto en verano (p. 94).

El tema del canon de belleza femenino es uno de los más desarrollados en Panza de Burro: la depilación, los cambios del cuerpo, el control de la alimentación, etc. A Isora la tienen permanentemente a dieta, y, sin embargo, siempre prueba un fisquito de todo lo que le ofrecen, «un fisquito namás». Mientras, la narradora, por su parte, desea que también se preocupen por que ella no engorde, tal y como hacen con su amiga. Tiene tan idealizada a Isora que la envidia que siente hacia ella se manifiesta incluso cuando se trata de aspectos negativos.

[…] a la abuela de Isora le encantaba explicarnos a todas las niñas cosas sobre la gordura. O sobre la flacura, más bien. Para estar flaca hay que comer de un plato más pequeño, decía, […] y lo que le voy a dar a esa niña es un rebencazo pa que deje de comer mierdas, y yo tengo a la niña a dieta porque ya se está poniendo cachorrona, y si la dejo se me desbarata […] (pp. 30-31).

Al desarrollarse a principios de los 2000, creo que muchos de los que nacimos a mediados de los 90 podemos encontrar partes de nuestra infancia reflejadas en Panza de Burro, como las conversaciones en Messenger o algunas referencias a la cultura popular, como las que se hacen a la telenovela Pasión de gavilanes. Abreu muestra en su novela los importantes lazos que hay entre la cultura canaria y la latinoamericana, e incluso dedica un capítulo entero a las canciones de Aventura, que forman parte de la educación sentimental de estas dos niñas, y cuyas letras recopilan en La LiBrEeeTa De LasSsS KaNcIoOoNes.

Isora siempre decía que íbamos a ser felices el día en el que nos dejaran afeitarnos las piernas y estuviésemos muy flacas como Rosarito y yo pensaba que era cierto y que el día que me quitasen el bigote iba a ser el más feliz de mi vida (p. 67).

Panza de Burro ha sido uno de los descubrimientos literarios del año. El debut de Andrea Abreu dentro de la novela es magnífico, por lo que espero con ganas leer futuros libros suyos. Su libertad, su valentía, su naturalidad, su falta de pudor, su ritmo ágil, su atmósfera magnética, sus personajes, Isora y la narradora, Juanita Banana, doña Carmen, el salvajismo del que habla la propia Sabina Urraca. Todo ello hace de Panza de Burro un libro único y singular, tremendamente político y reivindicativo, que no pide permiso para ser, que se autolegitima y visibiliza una realidad canaria muy concreta, dando cabida en la literatura a cosas que hasta ahora no se habían narrado, y mucho menos de esta manera.

 

Fuente: Por Andrea Alfaro García / Código Público