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El sexenio del agandalle, el karaoke y el chicharrón

El sexenio del agandalle, el karaoke y el chicharrón, El Jicote, por Edmundo González Llaca.

Quisiera conocer a la persona que cree que el Presidente López Obrador reconocerá la derrota de su candidato en las próximas elecciones presidenciales. No sé si será hombre, mujer, trans o del género que haya elegido, lo único de lo que sí estoy seguro, es que es la misma persona que sostiene que tenía un unicornio azul, con la desgracia de que se le perdió. Vive más en la mitología que en la realidad de quién es el Presidente. agandalle, agandalle, agandalle, agandalle, agandalle, agandalle, agandalle

La regla elemental de la democracia es: saber ganar y saber perder. López Obrador la desconoce. Es más fácil que nos encontremos al unicornio azul en la calle a que acepte que ha perdido una elección. Nunca lo ha hecho. Ahora, con todo cinismo, ha dicho que no permitirá que gane la Presidencia un conservador. Claro, se tomará la pequeña libertad de ser él mismo, quien dirá el nombre del candidato conservador y perdedor.

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El vil y descarado agandalle de la presidencia será maquillado con toda la parafernalia de una elección de Estado. Una elección que se pretenderá ganar a billetazos, apoyada con los recursos humanos del gobierno; con artículos promocionales, camisetas, tortilleros, paraguas. Campañas electorales que no serán un intercambio de propuestas o un diálogo con los electores, sino un capítulo de la industria del entretenimiento. Ya lo estamos viendo actualmente, el Zócalo se abarrota con artistas.

No hay electores a los que hay que convencer sino espectadores que es necesario atraer con espectáculos gratuitos. La mercadotecnia política no se preocupa por los temas de la agenda electoral sino por la elección del mariachi, la vedette o los luchadores, sean más atractivos que la competencia política.

La oposición está desdibujada, las clases medias críticas, desean volver los ojos buscando un candidato o candidata que pueda enfrentarse a López Obrador, no lo encuentran ni lo encontrarán. El Presidente los anima y hasta socarronamente propone candidatos. De inmediato, con toda la fuerza de los recursos públicos de difusión, metería al candidato opositor en la pinza siniestra de una investigación de la Fiscalía y una auditoría del SAT. Además, con la amenaza de que la persecución se ampliará a todo el círculo del hereje atrevido.

Mi propuesta es que dejemos de buscar al gran líder y que nos concentremos en impulsar a los líderes locales. La estrategia sería evitar en el 24 otro Congreso Karaoke, que canten y voten de acuerdo con la música del Presidente. No olvidemos que ese Congreso empezará a sesionar en septiembre del año que entra y el Presidente seguirá en funciones unas semanas más.

Con un Congreso subordinado y con su capacidad incansable de destroyer, trataría de sacar adelante las iniciativas de ley que ha perdido durante el sexenio. Gracias a la defensa heroica, hasta el momento, de la Suprema Corte de Justicia, se ha evitado el alebrije jurídico del autócrata.

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Ciertamente que se debe tratar de ganar la Presidencia, pero estemos conscientes que López Obrador se asume como cacique del siglo XIX y sus principios: “Sólo mis chicharrones truenan”, “Si pierdo arrebato”. “Si les gusta, está bien, Si no les gusta, pues háganle como quieran”. Se observa muy cuesta arriba ese triunfo del Ejecutivo opositor. Aunque mi propuesta pueda ser un poco tímida, no confío tanto en ganar la presidencia y que López Obrador lo reconozca.

Apuesto más por triunfar en las 128 senadurías, 32 de ellas plurinominales. 300 diputados federales por distrito y 200 en listas de representación proporcional. La jefatura del Gobierno de la Ciudad de México y triunfar en las ocho gubernaturas que están en juego: Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán. No descuidemos a los mil 500 candidatos a presidentes municipales y a los cientos a diputaciones locales.

Dado el daño institucional y legal de este Presidente dinamitero que proclama: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley”; complementado con “Al diablo con las instituciones”, el muro de contención no puede idearse poniendo ladrillos en el suelo, al final, tomando las orillas y al grito: “Ahora, levantemos la barda”. ¡Y ya está! Es una ilusión, la tarea es ganar, poniendo ladrillo por ladrillo. El marro presidencial y su árbitro electoral tramposo, no le serán suficientes para vencer.

 

 

 

Edmundo-Álvarez-Llaca

 

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