Ellas no nos representan, o quizá si
O quizá si… más de lo que pienso. La Carreta por Eréndira Córdoba
Cada vez es más común encontrarnos con escenas cargadas de tintes violentos, esos chispazos que detonan en público, acompañados de gritos, insultos y además con forcejeos.
Y es que recurrir a la agresión física que atenta contra la integridad e incluso la vida de otro ser humano, a veces por algo tan simple como un turno en el agitado tráfico o no compartir una preferencia en un deporte, lo cual, no es más que el reflejo de la grave intolerancia en la que hemos caído como sociedad, y peor aún la normalización de la violencia y la apología de los delitos a la que ya nos hemos acostumbrado.
En ese sentido, surgen las interrogantes: ¿Qué pasa con las emociones de estas mujeres agresoras?, ¿Qué daño emocional y profundo han sufrido en su ser para explotar tan bruscamente?, ¿Qué traumas o dolores llevan consigo para que una simple razón tan inadmisible sea capaz de convertirlas en seres salvajes, sin racionalidad alguna?
Aunque las respuestas las vamos a encontrar en los resquicios de familias divididas, en padres y madres ausentes, en el consumo de alcohol y otros argumentos como la pandemia y el confinamiento, que sin duda explicarían esos actos, es necesario reparar en el sistema formativo familiar que, paradójicamente, tiene la responsabilidad de formar a seres humanos integrales, solidarios y con una vida basada en valores, según rezan la buenas costumbres.
¿Qué hizo o dejó de hacer la familia que crío y formó a esos otrora menores de edad?, ¿Qué hicieron o dejaron de hacer los maestros o líderes sociales de esta juventud que hoy se encuentran a punto de pisar un reclusorio de comprobarse su participación en esos actos que le han dado la vuelta al mundo?, ¿Qué fallas o negligencias se suscitaron en esos hogares donde se formó a esta clase de jóvenes prácticamente deshumanizados que decidieron asistir a un partido?
No hay que ser un prestigiado sociólogo para señalar que el sistema medular está fallando, se encuentra trunco, acéfalo, pues carece de una estructura importante como lo es el desarrollo de la inteligencia emocional, que es visto todavía como una parte inactiva, inservible de la vida cotidiana, y que se traduce en horas muertas del seno familiar.
El hogar, que ahora es ocupado por seres tan cerca y distantes entre si, educados por la televisión y los influencers, los nuevos niños mimados del mundo digital. Esos jóvenes “rebeldes” e “independientes” que invadieron las redes sociales para quedarse, generando una ola de ignorancia y vacío, con un entretenimiento burdo y sin nada positivo que aportar.
De nada sirve para minimizar la magnitud de la violencia desencadenada gravemente en todo el país. Personas insensibles que en lugar de apoyar o auxiliar ente una eventualidad, prefieren ponerse a grabar por morbo.
Lo que hoy vemos no son más que los residuos de un sistema social cansado, falto de una dimensión importante como es la educación en valores, mientras no contemos con un proyecto familiar que atienda las emociones desde adentro, que las gestione y canalice correcta y profesionalmente, seguiremos siendo los espectadores pasivos de actos deshumanizadores como los que atestiguamos de manera cotidiana.
Y es qué quizá la violencia es el tapón que tenemos atorado, quizá si representa ese rencor, enojo, tristeza, ese dolor que no hemos querido tratar todavía, que guardamos como resentimiento y buscamos quien lo resuelva, quien nos la pague sin tener responsabilidad en ello.
Quizá decir “no me representan” nos exime y vemos ajeno un problema tan serio como es la salud mental. Esto pasa en nuestros hogares, con gente que dice amarnos, esto pasa en la familia, cuándo no hay «pertenencia» y luego entonces no se genera ningún otro valor.
Decir “no me representan” suena bien para mostrarnos como alguien “diferente” o quizá, alguien “mejor”, como si nunca hubiéramos querido molernos a golpes con alguien por ese trauma que solo nos pertenece a cada unos de nosotros y que no le hemos dado importancia y menos resolución.
Hoy, en lo personal elijo revisarme, ver en qué me representan y ¿Qué carajos voy hacer?, al final somos un espejo, un reflejo, esto no es una justificación para nadie, ¿Qué podemos trabajar en lo individual y cómo podemos apoyar?
Señalar podemos todos, hacerse cargo, muy pocos.
La Carreta por Eréndira Córdoba
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