El Rincón Del Mar Por: Mario Sánchez Martínez
El Rincón Del Mar Por: Mario Sánchez Martínez
Cómo soplaba de fuerte el viento aquella tarde en aquel rincón del mar.
-¿Te acuerdas cuando andábamos allá en el puerto? El aire se oía tanto que parecía que fuera un ciclón. Pero no, sólo era el viento fuerte que antecede a una tormenta, tú te fuiste rápido con eso de que ibas al hotel y no era cierto; porque luego fui a encontrarte en la cantina de Crisanta y que esa tarde yo también corrí para allá, y allí nos quedamos toda la noche tomando tequila, porque nadie podía salir por lo fuerte que estaba lloviendo. Esa noche me acuerdo que la pobre Crisanta tuvo que aguantar a todos ya hasta la madrugada, cuando la tormenta había pasado.
-¡Ya, para afuera todos porque ahora si les amaneció, a ver que pretexto le ponen a sus mujeres para que no sepan que estuvieron aquí, órale, rápido que tienen que ir a ver sus lanchas y sus redes a ver como las dejó la tormenta, yo tengo que cerrar y dormir un poco para volver a abrir ésta condenada cantina!
-Ya Crisanta, ya nos vamos y no te preocupes por el pretexto, conque le diga a mi vieja que estuve contigo, no tiene que gritarme nada la cabrona, que si no, le arrimo su buena chinga.
-De veras Genaro, re bien que me acuerdo, fue el primer día cuando llegamos aquí a Coatzacoalcos que luego que salimos de la central de camiones corrimos para acá, para el puerto, y mira nada más la lluvia que nos esperó, pero también qué bonita mujer, ¿te acuerdas?
Crisanta era la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto. Sus cabellos largos y cobrizos, tan largos que se juntaban con su cadenciosa cadera y con esas nalgas bien formadas, sus pechos bien erectos que podían verse debajo del vestido, cómo no recordar ese voluptuoso cuerpo. La bella muchacha era muy alta, de piel morena y muy dorada por el sol; con esos ojos verde mar que al mirarme en ellos, eran dos ventanas que dejaban ver la pureza de su alma y esos labios de cobre bien tostados, ¡qué bien sabían besar! Por eso, desde el instante en que entramos a esa cantina llena de humores con olor a cigarro y sabor de cerveza, la sola mirada de Crisanta me sedujo y con el pensamiento pude desnudarla y su belleza de diosa tropical durmió conmigo.
-¡Oye, Mauricio, muévete, ya despiértate¡ ya está amaneciendo, ya paró de llover, mira, nada más, te quedaste bien dormido, recargado en esta mesa, si ya mero quebrabas esa silla, capaz que si eso pasa ahorita nos la cobran. Tienen que cerrar, vamos a cambiarnos ya luego regresamos aquí al puerto.
-Pero si me quedé bien dormido Genaro y nada más me tomé cinco tequilas.
-Sí, hombre y creo que hasta estabas soñando, anda pues ya vámonos.
-Oye muchacha ¿cuánto se te debe?
-Para ustedes no es nada, la casa invita. ¿Son turistas, verdad?
-Si, a luego se nos nota, ¿no? Mi amigo se llama Genaro y yo, Mauricio, para lo que tú quieras.
Las últimas frases fueron lentas y en doble sentido, ya que Genaro no le perdió ni un instante la vista a aquella bella mujer, a lo que ella sólo respondió:
-Yo soy Crisanta y dueña de El Rincón del Mar.
El Rincón del Mar, era el nombre que Crisanta le había puesto a aquel lugar donde todas las noches, como si fuera devoción, llegaban los pescadores a emborracharse, a contar las novedades del día, a olvidarse por unas horas de la terrible rutina de las lanchas y las redes, y de todo lo que supiera a mar.
-Qué bonita eres.
-¿Nada más bonita?
-No, también estas muy buena.
-Ya vámonos Mauricio, no ves que ella tiene que descansar.
-Es cierto tú tienes que dormir para seguir aguantando todo esto. Pero te prometo que vendremos en la noche, quiero conocerte bien ¿De acuerdo?
-Ya lo creo que sí, ándenles descansen y a la noche los espero. Aquí les guardaré mi mejor mesa.
-Hasta entonces, nos vemos.
-Si, nos vemos.
Pronto se llegó la noche y la vida nocturna en Coatzacoalcos volvió a empezar. Eran las ocho de la noche y el sol, columpiándose sobre el mar, dormía plácidamente, dejando escapar los últimos suspiros de su luz y el ahogante calor nocturno se sentía sofocante, mi guayabera blanca se me pagaba en todo el dorso mojada por el sudor y trasminando el sabor a cerveza que ya llevaba a dentro.
Esa noche Genaro y yo llegamos a la pequeña cantina. En medio del ruido se dejaba escuchar la nostálgica voz de una mujer, que entonaba una canción de Agustín Lara.
“Vende caro tu amor
Aventurera.
Ponle precio al dolor
de tu pasado.
Y aquel que de tus labios
la miel quiera
que pague con brillantes
tu pecado…”
Tenía que ser ella, -me dije a mi mismo- sólo una mujer con sus encantos podía cantar así; era Crisanta quien, al vernos entrar, bajó del entablado que servía de improvisado escenario y sin dejar de cantar provocó en todos las más inesperadas reacciones.
-¡Cántame al oído Crisanta! –le dije con voz baja y pausada, y en un arranque de pasión pensé para mis adentros, ¡con esta mujer me voy al cielo!
Frases que para ella eran comunes y ya pasaban inadvertidas. Se me acercó y agarrándome de la mano me condujo hasta la mejor mesa de aquel lugar; bajo el asombro atónito de los parroquianos no pude pronunciar palabras en ese momento, sólo sentía las miradas de asombro de todos y un rumor de olas llegaba a mis oídos, junto con la música de aquella canción que Crisanta seguía cantando… al momento reaccione, cuando una de las meseras pronto se acercó a nosotros a la voz imperativa de aquella mujer tropical que no me soltaba el brazo y al instante ordenó:
-¡Tráeles una botella de tequila! Esta noche los señores son mis invitados.
A esta atención no hice más que agradecer con voz sonriente.
A lo que Crisanta añadió.
-No pudieron haber escogido mejor lugar, pónganse cómodos para que disfruten la noche.
La mesera pronto llegó con la botella de tequila y aunque atareada como fiel sirvienta, primero sirvió a su patrona y ésta agradeció la atención con un amable gesto.
Fueron esas las primeras horas en que estaba junto a Crisanta y ya tranquilo sin importarme lo que pasaba a mí alrededor, la invité a bailar un buen danzón.
Genaro no hizo más que quedarse a vernos bailar y a beberse el tequila. En esos instantes la tuve cerca, pude acariciar aquella mujer y sentí como latía su corazón al calor del mío, pronto la besé y ella correspondió, nunca preguntamos nada, sólo dejamos que nuestros cuerpos hablaran, no quería que aquella noche terminara, estaba bailando con aquella mujer de la que sólo conocía su nombre, regresamos a la mesa y Genaro con su tequila en la mano sólo nos dijo:
-Qué bien que se estén divirtiendo y que ya se conozcan, yo me voy a caminar un rato por el Puerto, la noche está fresca, después me iré al hotel.
-Está bien Genaro, yo me quedo, después te alcanzo.
Nunca llegué a imaginar lo que pasaría esa noche, cómo quería que mi mejor amigo no se hubiera ido de aquel lugar esa noche; porque de ser un gran momento pasó a lo más trágico, algo de lo que jamás me olvidaré, porque nunca pensé lo que sucedería aquel fin de semana en El Rincón del Mar a orillas del Puerto de Coatzacoalcos. Poco a poco, los parroquianos se estaban yendo y, después, aquella cantina se quedó sola. Crisanta y yo seguimos bailando, tiempo más tarde ella ordeno:
-Cierren ya esas puertas.
Otra vez su voz imperativa llenó aquel salón, a lo que un mesero contestó:
-Enseguida Crisanta, ya entiendo, hoy no se da más servicio.
Al instante, en aquel rincón sólo quedamos los dos porque los meseros entendían el pensamiento de su patrona, se escurrieron y en el improvisado tapanco, sólo iluminaba la débil luz de un reflector que muy despacio se iba apagando. De inmediato Crisanta me invito a subir a su cuarto y sin soltarla de la mano subimos. Ella caminaba con el tequila en su mano y al llegar arriba una lámpara de mesa iluminaba el cuarto y un ventilador, que colgaba del techo, apenas quitaba el sofocante calor de esa habitación construida con palma y madera, abrí la cortina de bambú y pudimos ver dormir al mar y contemplar, por un momento, como la luz de un faro giraba iluminando, a ratos, aquel cuarto donde una improvisada cama de petate nos esperaba, nada nos importaba en aquel instante, nada sabíamos el uno del otro, todo fue casual, todo entregamos en su momento sin prometernos nada. Entonces pude ver el dorado cuerpo de Crisanta, era realmente una diosa tropical y nuestros cuerpos desnudos sólo entendían el llamado del deseo. La sensualidad de su boca me estremecía, cómo amé a Crisanta, en aquel momento realmente estuvimos en un paraíso tropical. Pero fue todo tan de repente, tan terrible que todavía ahorita que te lo cuento no doy crédito a lo que viví.
-Pero cómo es que aquel hombre llegó a encontrarlos, no entiendo Mauricio, si ya sólo quedaban ustedes ¿por qué el amante de Crisanta sabía que estabas allí con ella?
-Todo fue por la mesera que nos atendió, a la que nunca le caí bien, ella fue a decirle al güey ese amante de Crisanta, que un tipo se estaba acostando con su vieja. De haber sabido lo que nos esperaba ni siquiera hubiera pensado en acostarme con ella. Pero fíjate Genaro que lo pienso y después de todo, valió el balazo que me dio el cabrón.
De pronto todo era confusión en aquel cuarto de madera y palma. Genaro no entendía por qué aquel hombre de robusta corpulencia, enegrecido y embrutecido por el alcohol, había entrado tan desesperado, encolerizado y gritando madre y media por todos lados.
Una lluvia de balas se escuchó hasta el puerto y al momento todos los que caminaban por allí corrieron al lugar sin conocer lo que sucedía adentro; rápidamente llegó la policía y como pudieron abrieron la puerta. Allí estaba aquel hombre con el arma en la mano, quien más tarde sería identificado como Rogelio, era pescador de oficio y amante de Crisanta.
Al lugar acudieron los paramédicos de la Cruz Roja, de pronto, ante las miradas asombradas de todos los curiosos e iluminado por la luz de aquel letrero que con grandes luminarias decía: El Rincón del Mar, a su lado se veía la escultórica figura de una mujer.
Ayudado por los paramédicos, salí despacio con la guayabera blanca toda llena de sangre y con el brazo izquierdo vendado. Todos preguntaban por Crisanta y en esos momentos era traída hacia la ambulancia. Salía de aquella cantina donde el crimen pasional acababa de terminar, pero esta vez no con el triunfo de siempre ni con su voz autoritaria, era trasladada por los socorristas en una camilla, cual mujer dormida con su sábana blanca.
Todo el puerto quedó en silencio como si de pronto se hubiera enmudecido y despoblado; era tan sólo que rendían silencio a aquella diosa tropical, dueña de El Rincón del Mar.
-¿Te acuerdas Genaro? Todavía ahora que ya pasaron treinta días de aquel crimen, no doy crédito a lo que pasó. Sólo porque tengo que rendir mi declaración estamos aquí, pero tan luego termine, nos largamos.
-Fíjate nada más Mauricio, vinimos por un fin de semana a Coatzacoalcos y tuvimos que quedarnos todo un mes.
-Agarra ya las cosas, vámonos de este hotel. Subámonos a un taxi para que nos lleve a la delegación de policía y en cuanto terminemos ya lo sabes, nos largamos.
Tan pronto subieron al taxi que los llevaría a rendir la declaración, el chofer encendió la radio y aquella canción de Agustín Lara se volvió a escuchar.
“Vende caro tu amor
Aventurera…”
-¿Te acuerdas Mauricio?
Y sin pronunciar palabra, en el más absoluto silencio, los dos continuaron su camino.
El Rincón Del Mar Por: Mario Sánchez Martínez